Han sido días muy interesante estas últimas semanas ...
Miraba el ocaso por la única y percudida ventana que tengo, en este que ahora se convirtió en mi nueva cárcel.
Me
encuentro viviendo de recuerdos reciclados, llenos de confusión y de
fantasía; imágenes donde compartimos el café delgado de la ya gastada
cafetera que me regalaste en la preparatoria.
Han
sido ya varios años de que decidimos tomar caminos separados. Ahora
eres una linda reportera de radio, la radio más exitosa del área
metropolitana, la imagen estelar de el programa matutino. La viva
estampa de la información.
En mi caso
decidí forjar mi carrera como maestro; esa pasión por ver crecer a los
jóvenes y apoyarlos en encontrar esa vocación es algo que sin dudarlo me
sigue alegrando todos los días del ciclo escolar.
Soy un gran fanático de tu programa, siempre eres tan dedicada y
apasionada por decir la verdad y ser lo más imparcial posible en este
mundo oscuro y rodeado de información basura.
Jamás
me imaginé que llegaría al año 2000, ¿Recuerdas cuándo discutimos si
sería el fin del mundo?
Estabamos los dos recostados en el pasto del patio de la preparatoria,
era un día de Mayo, justo cómo hoy, Martes 7 de Mayo de 1991.
Habíamos
decidido no entrar a la clase de Cálculo Integral, el profesor Franco
González era sin duda alguna el profesor menos apasionado por la materia
(en parte eso me motivó a ser profesor), sólo tomaba ese viejo y
amarillento libro de cálculo y nos ponía ejercicios, para luego salir al
balcón a encender un cigarro.
Mientras
estabamos disfrutando de la tarde, sacaste de tu mochila morada (por
mucho tu color favorito) una prensa italiana, y me la regalaste ...
Claramente recuerdo esas palabras: "Se lo mucho que adoras el café, ¿te
parece si luego me invitas uno?".
Nunca creí que eso fuera el inicio de la que fue la más bella relación en mi aún corta vida.
Fueron casi 10 años maravillosos a tu lado.
Aunque
nuestras facultades quedaban muy separadas, hacíamos lo posible por
compartir la hora del almuerzo juntos, en los grandes y verdes pastos
del centro universitario. Siempreme ayudaste con Cálculo ... y siempre
te apoyé con tu miedo al hablar frente al público; sin dudarlo, nos
complementabamos muy bien.
Al egresar de la Universidad, yo como Actuario y tú como Licenciada en
Periodismo, ahí fue donde una parte de mi sabía que tomaríamos caminos
totalmente separados.
Tu pasión por la
verdad te llevó a estudiar varios diplomados; yo decidí formar parte del
mundo empresarial, el Banco de México era el lugar al que todos
deseaban aspirar, y ahí fue donde yo también terminé.
La
lejanía fue desgastando nuestra relación, mis horarios infernales de
las ocho de la mañana hasta las diez de la noche, simplemente no
permitian que lo nuestro siguiera floreciendo.
Terminé
en un hospital, dijeron que había sido estrés crónico; el médico me
dijo que esa sería una enfermedad muy común en este nuevo milenio;
simplemente no le creí.
Esa semana que salí del hospital, fuimos a un café; al café que ambos
adorabamos; La Morenita, ubicado en Eje Central, a un par de cuadras de
la Torre Latinoamericana, estuvimos platicando de mucho y de nada al
mismo tiempo; ahí fue donde ambos notamos que simplemente ya no existía
esa sintonía ... Acordamos tratar de dejar todo "lo más normal posible".
Dejé de saber de ti por un año
aproximadamente, pregunté por ti en tu casa, tu madre (muy amable la
señora Georgina), me dijo que te habías ido a estudiar al extranjero,
pero que te pasaría mi recado, hasta me invitó a comer.
Yo
decidí renunciar a ese desgastante trabajo en el Banco; se abrió una
vacante de profesor de Cálculo en la preparatoria, no pude dejar pasar
esa oportunidad.
Nos vimos un par de veces el
último semestre, ambos completos y felices. Me invitaste a la cabina de
radio para hablar sobre el impacto de las matemáticas en la vida diaria;
resultó ser uno de los programas con más preguntas telefónicas del mes,
sin dudarlo, regresé a la siguiente semana por una sesión dedicada a
resolver la mayor cantidad de dudas de tu auditorio.
Es lindo recordar.
Termino mi café, ese suave y
a veces delgado café, y decido tomar mi maletín lleno de hojas
amarillentas y con ecuaciones escritas en tinta negra.
Enciendo el automóvil y escucho tu dulce voz, deseando los buenos días a todos los que estamos sintonizando la estación.
Simplemente no dejas de ser el sentido de cada amanecer.